Publicado el 2 de Noviembre, 2005, 12:32
El caso es que mi cachorrito, que además, como también sabéis, desciende de una familia musical por mi lado, debió traer genéticamente algo de eso. Y su amor más activo y militante por la música nació de una manera curiosa, visitando Entonces, mi pequeño hijo decidió en ese momento que su intrumento sería el violoncello. Con esa idea comenzó a 'estudiar' su primer curso de música a los 5 años. Nos dijeron que era demasiado chiquito para tocar ya, como él hubiera querido. Así que hizo primero un curso de iniciación musical, y después dos años de solfeo antes de poder comenzar. Su primer cello fue un medio cello rumano que tenía un sonido maravilloso. No era bueno, pero sí lo era. Sonó de maravilla desde el principio. Yo nunca padecí por discordancias o desafinaciones. Desde el primer minuto, lo poquito que salía era afinadito y terso, sonaba en el plexo solar. Muchas tardes pasamos mi hijo y yo compartiendo el espacio de nuestro pequeño piso. Él ensayando, tocando sus piececitas, y yo escuchando con deleite a mi concertista particular, mientras corregía los trabajos de mis alumnos o preparaba mis clases. Hasta que ya fue demasiado mayor, los veranos solía hacer unas colonias musicales con los Hermanos Claret, en Sant Julià de Vilatorta. Tocó varias veces en Con el tiempo, el medio cello rumano fue sustituido por uno entero que no tenía la misma belleza en la voz. Cómo nos gustaba ir a comprar la cera para las cuerdas del arco a una vieja casa de Música de la calle Hospital y ver los instrumentos que ahí se exhiben, tan bellos, tan femeninos, tan distintos entre sí. Cada instrumeto tiene su voz, un aspecto diferente, su propia personalidad. Arturo dejó los estudios de música al entrar en la facultad, en parte porque creyó que nunca sería un gran intérprete. Quizá no, pero toca muy bien, con mucho sentimiento, bellamente. Arturo marca la melodía con la nuez, que mueve imperceptiblemente, sin darse cuenta apenas. No hace tatata como Gould, pero marca la melodía en distintas partes de su garganta, sin emitir sonido alguno. Arturo no ha dejado su cello, ni su música. Ni ella le ha dejado a él. Hace unas días le pregunté ¿Qué fue lo que te impresionó tanto de ese primer cello de Casals? Y me dijo: Que iniciándose con aquella calabaza tan pobre, tan pequeña, tan rústica, un hombre fuese capaz de llegar a extraer tanta belleza, conseguir tanta perfección y llegar a ser tan grande. Si un hombre podía hacer eso, cualquier cosa podía ser conseguida.
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