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  • Publicado el 2 de Noviembre, 2005, 12:32

    Cuando mi hijo Arturo nació, hace ya casi 25 años, al médico se le cayó el estetoscopio al suelo. El bebé, al escuchar el ruido, reaccionó. Mi médico dijo que el niño tenía oído de músico, porque no suele suceder que los bebés recién saliditos de la pancita materna respondan a los sonidos. Y no se equivocó. Para mí la música es la única cosa (no de primera necesidad o de supervivencia, se entiende), verdaderamente importante e insustituible. Podría vivir sin leer, sin ver pinturas o esculturas, sin viajar, pero no sin escuchar música; así que supongo que mi bebé, aún feto, disfrutó de ella y la amó antes de nacer. Como no sé de música, soy ecléctica. Me gustan Bach, Mozart, Rachmaninov, Beethoven, la música isabelina. Lully, Brahms, Telemann, Boulez, Copland, Gershwin, Revueltas, pero también Paquita la del Barrio, Lila Downs, Manu Chao, Calamaro, Piazzolla, Goyeneche. Adoro la ópera, especialmente la de Haëndel y Puccini. Los violines huastecos. En fin, no os canso más con mi eclecticismo.

    El caso es que mi cachorrito, que además, como también sabéis, desciende de una familia musical por mi lado, debió traer genéticamente algo de eso. Y su amor más activo y militante por la música nació de una manera curiosa, visitando la Casa-Museo de Pau Casals en El Vendrell. Arturo debía tener 4 años cuando en la guardería decidieron llevar a los niños de excursión. El impacto más grande se lo llevó al contemplar el pequeño cello de una sola cuerda que el padre de Pau Casals le había proporcionado a su hijo cuando era muy chiquito. Es una calabaza. Un pequeño instrumento maravilloso. Al mismo tiempo que visitas la casa, suena por los altavoces la maravilla de la música tocada por Casals con su intensidad característica. Casals no sólo es uno de los más grandes músicos del siglo XX, también es uno de sus grandes hombres. Honesto, luchador, fiel a sus ideas, nunca traicionó a la República  ni a su amada tierra catalana y vivió un exilio que se prolongó post-mortem cuando Franco prohibió que sus restos pudieran volver a Cataluña. El humanismo de Casals corre parejo con su altura como intérprete, sus innovaciones técnicas y la importancia que consiguió dar al cello en el contexto musical de nuestra época. La visita de la Casa-Museo concluye con un video del discurso de Casals en la ONU, Jo soc català, y con su maravillosa interpretación del Cant dels ocells.

    Entonces, mi pequeño hijo decidió en ese momento que su intrumento sería el violoncello. Con esa idea comenzó a 'estudiar' su  primer curso de música a los 5 años. Nos dijeron que era demasiado chiquito para tocar ya, como él hubiera querido. Así que hizo primero un curso de iniciación musical, y después dos años de solfeo antes de poder comenzar.

    Su primer cello fue un medio cello rumano que tenía un sonido maravilloso. No era bueno, pero sí lo era. Sonó de maravilla desde el principio. Yo nunca padecí por discordancias o desafinaciones. Desde el primer minuto, lo poquito que salía era afinadito y terso, sonaba en el plexo solar. Muchas tardes pasamos mi hijo y yo compartiendo el espacio de nuestro pequeño piso. Él ensayando, tocando sus piececitas, y yo escuchando con deleite a mi concertista particular, mientras corregía los trabajos de mis alumnos o preparaba mis clases.

    Hasta que ya fue demasiado mayor, los veranos solía hacer unas colonias musicales con los Hermanos Claret, en Sant Julià de Vilatorta. Tocó varias veces en la Casa de Cultura de Sant Cugat. Después ha tocado en algunas orquestas locales.  Juntos fuimos a escuchar a Rostropovich las Suites para cello de Bach, nuestra grabación favorita de Casals. Él la tocaba con un lirismo que el maestro ruso atempera. Fue una gran noche en el Palau de la Música Catalana.

    Con el tiempo, el medio cello rumano fue sustituido por uno entero que no tenía la misma belleza en la voz. Cómo nos gustaba ir a comprar la cera para las cuerdas del arco a una vieja casa de Música de la calle Hospital y ver los instrumentos que ahí se exhiben, tan bellos, tan femeninos, tan distintos entre sí. Cada instrumeto tiene su voz, un aspecto diferente, su propia personalidad.

    Arturo dejó los estudios de música al entrar en la facultad, en parte porque creyó que nunca sería un gran intérprete. Quizá no, pero toca muy bien, con mucho sentimiento, bellamente. Arturo marca la melodía con la nuez, que mueve imperceptiblemente, sin darse cuenta apenas. No hace tatata como Gould, pero marca la melodía en distintas partes de su garganta, sin emitir sonido alguno.

    Arturo no ha dejado su cello, ni su música. Ni ella le ha dejado a él.

    Hace unas días le pregunté ¿Qué fue lo que te impresionó tanto de ese primer cello de Casals? Y me dijo: Que iniciándose con aquella calabaza tan pobre, tan pequeña, tan rústica, un hombre fuese capaz de llegar a extraer tanta belleza, conseguir tanta perfección y llegar a ser tan grande. Si un hombre podía hacer eso, cualquier cosa podía ser conseguida.