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  • Publicado el 26 de Noviembre, 2005, 9:12

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    Ayer estuve con mi hijo Arturo (también llamado "el cellista" por mi querido emejota), recordando a nuestros dos mejores amigos en México.

    Roberto Heredia no es un latinista canónico en el sentido de que no es raro. Es un tipo simpático, alegre y sorprendente. Roberto estuvo en España en su juventud y aquí convenció a todos de que era un famoso cantante mexicano. Salió en el programa de José María íñigo tocando su guitarra y cantando. Y también, según me contó ayer Rafa, en un documental de Basilio Martín Patino, "Torerillos", que está editado con el DVD de "Nueve cartas a Berta", porque también hizo sus pinitos en el noble arte de torear. Así es Roberto: un hombre con muchas facetas, como los buenos diamantes. Acaba de recibir la máxima distinción que concede la UNAM a sus investigadores. Porque Roberto es también el investigador serio, solvente y erudito que edita, traduce e interpreta ( en la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana), a Juvenal, a Tácito, a Petronio o a Apuleyo, rescatando sus textos menos conocidos.

    Cuando Juan (hoy Catedrático de Latín de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona), llegó a México siguiéndome y dejó por mí su puesto en la Universidad Autónoma de Barcelona, se dedicó a promocionar los libros de la editorial Crítica entre los profesores de la UNAM. Roberto, intrigado por su erudición, le hizo un tercer grado y averiguó que mi amado ex (todos los ex deberían ser siempre amados: no en balde los amamos alguna vez, y fue por algo), era el excelente latinista y ex profesor de las universidades Central y Autónoma de Barcelona que lo había dejado todo por amor ( yo entonces estudiaba el doctorado en El Colegio de México). Roberto Heredia consiguió que la UNAM le contratara como profesor en la Facultad de Letras (Clásicas).

    Así que Roberto avaló a Juanito y la amistad se extendió a otro personaje cuyo recuerdo sigue muy vivo en mi corazón: Ignacio Osorio Romero. Vital, generoso, alegre, Ignacio fue un hombre cuyo sentido del honor era muy alto. Tenía conciencia política, cosa tan rara a veces. Y además era amoroso y tierno. Nacho trabajó sobre todo en latín Novohispano y en historia de las bibliotecas y cuando murió, en 1991, era Director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y de la Biblioteca Nacional de México. Todavía corren por aquí algunos de sus libros:Tópicos sobre Cicerón en México (1976); Colegios y Profesores Jesuitas que enseñaron latín en Nueva España 1572-1767 (1979); Floresta y Gramática Poética y Retórica en Nueva España (1980); Conquistar el eco.  La paradoja de la conciencia criolla (1989); y La enseñanza del latín a los indios (1990). Historia de las bibliotecas novohispanas (1987) e Historia de las bibliotecas en Puebla (1988). 

    Nacho y Roberto son dos autoridades en el campo del Latín Clásico y Novohispano, y  a este estudio han dado sus mejores, más encomiables esfuerzos.

    Hay un México, hay unos mexicanos...quizá desconocidos de este lado del charco: Serios y alegres, trabajadores y bohemios, eruditos y campechanos.

    Nacho y Roberto fueron (son), dos buenos amigos nuestros de allá de México: el corazón no olvida.